Mi regreso a este espacio aborda nuevamente el descontento creciente en Alemania, un tema que anticipé en enero. Lo que comenzó con protestas de granjeros contra políticas verdes ahora se refleja en las urnas
Los titulares se han concentrado en el “mayor triunfo electoral de la extrema derecha desde la Segunda Guerra Mundial”.
Las lecturas simplistas, que acusan el triunfo de Alternative für Deutschland (AfD) en Sachsen y Thuringia a un aumento del racismo (o peor, de tendencias nazi), presentan una imagen falsa de lo que sucede al interior del país e impiden la discusión sobre el problema de fondo: el deterioro de la economía alemana por malas políticas.
No todo el que votó por AfD es nazi, como la élite política alemana (y europea) se apresuran a acusar. El tercer partido en las elecciones recientes es el recién creado BSW, una coalición con ideario comunista y liderada por simpatizantes rusos.
Ambos partidos apelaron al malestar de una población que se siente olvidada por sus gobernantes en su preocupación por el aumento de la inmigración (Alemania ha sumado casi 5 millones de inmigrantes desde 2014), que compiten con la población local de menores ingresos por vivienda y beneficios sociales. (El malestar fue agravado por el atentado en Solingen en que murieron tres personas y que se atribuyó Estado Islámico.)
Que Alemania destine 21.300 millones de euros o el 4,6% del presupuesto general -algo más que el 4% en vivienda- en gastos relacionados a la llegada, ayuda, y en menor medida integración de los solicitantes de asilo no sería un problema, si la economía siguiera creciendo y con ello mejorando el ingreso de la población.
Entre 2010 y 2019, la década previa a la pandemia de Covid-19, Alemania creció en promedio 2% anual. Dejando a un lado la recesión y repunte durante e inmediatamente después de la pandemia, la tasa de expansión alemana será de 0,73% anual promedio entre 2022 y 2029.
“Alemania, en particular, se está quedando rezagada en términos de competitividad”, declaró el CEO de VW, Oliver Blume, en el comunicado en que anunció el posible cierre de fábricas en el país.
Un modelo obsoleto
Aunque no sea evidente, los problemas de VW y el crecimiento de AfD comparten un mal común: son el resultado de malas políticas de la élite gobernante alemana desde hace ya una década.
Producto de la falta de visión de largo plazo, o simpatías ideológicas, durante los 16 años de gobierno de Ángela Merkel (2005-2021), Alemania se hizo dependiente de un modelo exportador sostenido por el bajo precio del gas ruso y el apetito del mercado chino. Fue un período en que, por la dependencia de los políticos a las encuestas, se cerraron las plantas nucleares y se abrieron las fronteras, sin garantizar fuentes de recursos sostenibles para financiar estos cambios.
El obligado corte con Rusia y la desaceleración y competencia de China ha dejado en evidencia el retraso de la economía alemana. Desde la “Agenda 2010”, implementada a partir de 2003, Alemania no ha visto cambios estructurales para modernizar su industria y su economía.
La infraestructura del país se ha deteriorado, el país va a la zaga de sus pares del G7 en digitalización (la cantidad de documentos que se envían por fax o correo es no creer), la burocracia y medidas proteccionistas son un desincentivo para la inversión y la creación de nuevas empresas. Un dato alarmante calculado por el think tank CER: “El gasto en educación superior creció menos del 1 por ciento en términos ajustados a la inflación entre 2010 y 2018”. Estonia, un caso de éxito reciente en desarrollo, aumentó su inversión en 116 por ciento en ese período.
El caso alemán ofrece varias lecciones para otros países:
· No puedes dejar de mejorar las condiciones para invertir y crear empleo.
· Ninguna economía puede depender de sus exportaciones a uno o dos mercados. Hay que fortalecer la demanda interna.
· Una buena infraestructura no es sólo caminos y puertos, también se requiere de conexiones de fibra óptica, y sobre todo de un suministro de energía confiable y de bajo costo.
· Hay que invertir en educación. Tus costos en burocracia no deberían crecer más rápido que tus inversiones en educación.
· La inmigración puede ser una solución al cambio demográfico. Pero una política de fronteras abiertas, sin los recursos para garantizar la integración de la nueva población, lastima la confianza de la sociedad en los gobernantes.
Por ahora no hay señales de cambio en Alemania. La coalición gobernante asegura que el balance de su gestión es positivo, y que el problema son los electores de Sachsen y Thuringia. Una mala estrategia que -de no haber un cambio radical pronto- castigará a la élite gobernante en las elecciones de septiembre 2025. Peor aún, sin un cambio radical, Alemania se enfrenta a un mayor declive que podría redefinir su lugar en Europa y el mundo.