La democracia está herida, pero no muerta
En una sola semana el mundo ha visto las dos caras de Latinoamérica. En El Salvador, un nuevo caudillo se fortalece. En Argentina, el Congreso debilita los planes del presidente.
Lo llamaron un “peligro para la democracia”, pero hasta ahora Javier Milei parece estar dispuesto a jugar dentro de los márgenes institucionales, aunque esto le signifique una parcial derrota. Vean lo que ha pasado con su ambiciosa “Ley Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos”, comúnmente llamada “Ley Ómnibus”.
El programa de reformas enviado al Congreso aspiraba a lograr un ajuste de 5% del PIB, con medidas contenidas en 664 artículos. Tras negociaciones con legisladores y, sobre todo, gobernadores regionales, el proyecto de ley quedó reducido a 382 artículos. Milei y su equipo incluso retiraron el capítulo de medidas fiscales, reduciendo el ajuste esperado a 3% del PIB, según cálculos de FMyA.
Aunque criticadas, las instituciones políticas argentinas están funcionando. El legislativo está forzando a un ejecutivo, que llegó al poder con un discurso populista, a negociar.
Unos 6.300 kilómetros al norte, Nayib Bukele, por el contrario, encarna uno de los pecados más antiguos de Latinoamérica: El caudillo salvador.
A diferencia de los caudillos que poblaron la región en los últimos dos siglos, Bukele no es un militar, no llegó al poder a través de un golpe de estado, ni tiene ricos recursos naturales para financiarse en el poder. Bukele es producto de las ineficiencias de un Estado que no supo proteger y velar por sus ciudadanos.
Pero al igual que sus antecesores, Bukele sí está avanzando en apoderarse de todas las instituciones del país. No sólo fue reelecto, su partido se ha hecho con casi la totalidad de la Asamblea Legislativa. Nuevas Ideas, el partido de Bukele, habría ganado 58 de los 60 curules de la reformada Asamblea. Una reforma que se dio gracias a la mayoría que había obtenido Nuevas Ideas en alianza con otros partidos menores en 2021 y que hace ocho meses votó a favor de reducir el número de legisladores de 84 a 60.
Medidas similares le han permitido al Presidente salvadoreño controlar la Corte Constitucional y la Fiscalía General.
Hay un gráfico que permite entender lo que se entiende como un aplastante respaldo de la población de El Salvador a su Presidente:
La mayor seguridad en las calles salvadoreñas se ha obtenido a un alto precio. En su último informe sobre el país, Amnistía Internacional denuncia 320 desapariciones forzadas y 102.000 personas encarceladas. Además, Bukele está construyendo un régimen de “partido único”, siguiendo los pasos de Trujillo, Ortega o Chávez y Maduro. Tales regímenes se mantienen a base de represión y culto personalista. Usualmente van asociados a una corrupción rampante y pobreza.
La reelección de Bukele ha generado un debate también fuera de Latinoamérica, porque una élite no logra entender por qué la gente vota, en un ejercicio democrático, quienes buscan gobernar sin ella. ¿Es un temor exagerado? No. ¿Está todo perdido? Tampoco. Ahí está Milei, aceptando una derrota; o la Unión Europea poniendo freno a Viktor Orbán, así como en su momento el Congreso de EEUU limitó a Donald Trump.
Bukele asume su segundo mandato con el poder absoluto y con la tarea de, una vez controlado el problema de seguridad, generar crecimiento y reducir la pobreza, que afecta a un 27% de la población. Más a largo plazo, la verdadera tarea de Bukele será controlar la tentación de perennizarse en el poder, de pensar que es el único que puede “salvar a su pueblo”.